En las últimas semanas, la tensión en Oriente Medio ha escalado debido a la creciente preocupación sobre el programa nuclear de Irán. Sin embargo, detrás de esta aparente unidad, se esconden profundas fricciones entre Estados Unidos e Israel sobre la verdadera amenaza y la mejor estrategia para enfrentarla.

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Israel lanzó ataques contra instalaciones iraníes en Natanz, justificando su acción como un “ataque preventivo” para frenar el avance de Teherán hacia la obtención de armas nucleares.

Sin embargo, la inteligencia estadounidense concluye que Irán no está buscando activamente construir un arma nuclear y que podría tardar hasta tres años en lograrlo.

A pesar de daños significativos en Natanz, la planta fuertemente protegida permanece intacta, y expertos señalan que Israel no podría atacarla sin apoyo militar estadounidense.

Este escenario genera un dilema para la administración estadounidense, que busca evitar un conflicto mayor en Medio Oriente. Mientras Israel presiona por medidas más agresivas, Washington prefiere mantener una postura más cautelosa, centrada en la diplomacia y la contención.

El presidente Trump ha expresado que Estados Unidos no está involucrado directamente, aunque reconoce que una solución diplomática aún es posible.

Las discrepancias se reflejan también en las evaluaciones oficiales. La directora de Inteligencia Nacional de EE.UU. afirmó que Irán no ha retomado un programa de armas nucleares activo, mientras que Netanyahu sostiene que Teherán avanza rápidamente hacia un plan secreto para convertir el uranio en armamento.

El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha señalado que Irán ha acumulado suficiente uranio enriquecido para fabricar varias bombas, aunque todavía enfrenta el reto técnico de desarrollar un sistema funcional de lanzamiento.

A medida que Estados Unidos refuerza su presencia militar en la región para proteger a Israel y disuadir un conflicto mayor, varios países internacionales, incluidos Rusia y China, han expresado su rechazo a las acciones israelíes, advirtiendo sobre los riesgos de una escalada que podría desestabilizar toda la región. En este contexto, Irán mantiene una posición firme y no muestra intención de ceder ante la presión.

Esta divergencia entre aliados revela la complejidad de la crisis en Oriente Medio, donde la confrontación directa podría tener consecuencias imprevisibles.

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